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La sangre de Cristo en mí

Saiko Horikawa

(Pirapo, Paraguay)

 En ese momento, sentí como una electricidad que entró desde mis dedos. Y luego un viento, que me echó al piso y me quedé tumbada como una cruz. Ahí ya no era yo.

 

 De República Dominicana a Paraguay

 Mi familia inmigró de Japón a República Dominicana cuando yo tenía 7 años. Nosotros los hijos de inmigrantes ingresamos a una escuela del local donde enseñaban las monjas, éramos ochenta niños/as, en el cual todas las clases eran impartidas en el castellano porque no había ninguna escuela japonesa. De lunes a viernes, concurríamos a esa escuela.  En esa escuela las monjas nos decían: “Ustedes japoneses necesitan bautizarse, o si no serán hijos del demonio”. Asimismo, todos nos bautizamos. Cada uno tuvimos una madrina, hicimos la primera comunión y la confirmación. Por eso, cada domingo teníamos que participar sin falta a la iglesia.

 5 años después, en República Dominicana hubo una revolución, donde los inmigrantes japoneses no tuvimos otra opción de salir del lugar. La mayoría regresaron a Japón. Sin embargo, mi padre no quiso regresar a su país natal, ya que dejó toda su herencia a su hermana menor. Por esa razón nosotros y otras cuatro familias, migramos de República Dominicana a Paraguay. Ese entonces yo tenía 11 años.

             

 Cuando llegamos en Paraguay, todo era monte, pero luego se hizo una capilla donde la monja me invitaba a la iglesia. Por esa razón, yo desde pequeña aprendí a orar. Por ejemplo: cuando perdía algo oraba: “Dios, por favor…”. Y a veces lo encontraba. Pero como familia era tan humilde, en el cual mis padres no tenían casi nada, tampoco para enviarme a la escuela, crecí deseando tener algo, cosas del mundo material.

 

 Mi primera reunión de Makuya

             

 Después de casarme tenía un pequeño negocio en Pirapó, donde un día, una vecina la Sra. Hosokawa, quién ya falleció, me invitó a una reunión de Makuya diciéndome: _ “Sai-chan, no quieres venir a mi casa, tenemos una reunión entre pocas personas” _. Asistí porque pensé que donde está Dios debería ir. En la reunión estaban reunidos 3 a 4 personas. Me senté ahí, y vi como oraban. Todos oraban con lágrimas. Sentí mucha, mucha diferencia con la iglesia católica, y dije que este era el verdadero. Pero en ese entonces, que estaba a la edad de los 30, pensé: “Yo ahora no quiero, porque soy joven todavía, quiero divertirme más en este mundo, deseo muchas otras cosas. A lo mejor cuando tenga más edad, antes de morir voy a entrar en Makuya”.

             

 A los 37 años, yo mandé a mi marido para trabajar en Japón, para que traiga más dinero. De ese modo poder tener una vida de lujo. El siguiente año cuando mi marido estaba trabajando en Japón, yo estaba viviendo en Encarnación con mis dos hijos. Cuando eso me invitaron a la Santa Convocación del 1989, tenía 38 años.

       No quise ir, pero una semana antes cuando estaba viendo la película de Ben-Hur, en el cual la madre fue curada de lepras con la sangre de Cristo que acarreó la lluvia, me vino unos presentimientos que si me iba a esa Santa Convocación ocurriría algo, Dios me iba acambiar. En el cual decidí participar. Luego de eso algo me movilizaba que empecé a limpiar toda la casa, sentía que iba a regresar limpia, hasta que me corté el cabello que tenía largo.

 La Santa Convocación

             

 El día de partir a la Santa Convocación, la señora Seiko Tanikawa me avisó que la salida iba a ser a las tres de la mañana para ir a Foz de Iguazú que era el lugar de la Santa Convocación, como nunca me levantaba tan temprano, dije que si no despertaba no me iba. Pero mis ojos se abrieron justo antes de las tres, donde ya no tenía ninguna excusa para negarme.

             

 En la Santa Convocación de Sudamérica, asistieron también personas de Japón. Al llegar todos se abrazaban de la alegría por el encuentro, pero como yo no era de Makuya, mis hijos y yo nos quedábamos solamente mirando. Yo decía: “¡Qué bárbaro! ¿Por qué será que están tan contentos?”.

             

 Esa noche hubo una reunión con las personas que participaban por primera vez, en donde participó el Prof. Seiji Kadowaki que vino de Japón, y la Sra. Yukiko Numata, esposa del evangelizador que estaba en ese entonces en Asunción. Comenzó la reunión realizando una presentación y decir el motivo de la participación, yo que no acostumbraba hablar frente las personas por ser tímida, no sabía qué hablar. Cuando llegó mi turno dije: “Yo vine acá, pero en realidad yo no quería venir, pero ya estoy”. Entonces el Prof. Kadowaki también dijo: “Yo tampoco no quería venir de Japón, pero los que vinieron acá, Dios es quién llamó el nombre de cada uno. Por eso estamos aquí”. Y ahí, no sé qué lo que me pasó, empecé a lagrimear. Cuando eso el Prof. Kadowaki me dijo: “Mañana a la noche, sucederá algo milagroso”. En ese momento no comprendí sus palabras.

 Tomando la sangre de Cristo

             

 Al día siguiente, la gente cantaba y bailaba. Porque en la Santa Convocación la gente se junta, baila, canta y alabando a Dios. A la noche, hubo la Reunión Espiritual, con la guía del Prof. Kadowaki, donde repetíamos la lectura de la Biblia y orábamos. Nosotros estábamos sentados en el suelo (como los japoneses), me cansaba, y yo pensaba: “Como voy a poder aguantar. No puedo aguantar”. Por eso, me puse a orar como algunos se ponían a orar, de rodillas. Y oré: “Dios, usted me invitó acá. Yo, si no me encuentro ahora con usted, ya no sé más que hacer”. En ese momento, sentí como una electricidad que entró desde mis dedos. Y luego un viento, que me echó al piso y me quedé tumbada como una cruz. Y ahí ya no era yo. Sentí que se movía algo en el interior de mi vientre. Y el Prof. Kadowaki oraba. Todos cantaban y oraban. Y cuando terminó la reunión, todos se iban. Y mi amiga me decía: “Sai-chan, despiértate”. Pero el Profesor le dijo: “No vayas a tocar”. Yo escuchaba y sentía todo lo que sucedía alrededor, pero no podía controlar mi cuerpo. Y la Sra. Hosokawa quien me invitó por primera vez a Makuya, empezó a masajearme. Por dos horas estuve en el suelo, sin poder moverme y parecía anestesiada. Me levanté poco a poco como si fuera que la anestesia terminara, y regresé a la pieza. Cuando llegué, mi compañera de pieza me dijo: “¡Felicidades!”. Pero yo no sabía porque me dijo eso.

             

 Después, me bañé y me acosté, cuando me acosté, empezaron a salir lágrimas y más lágrimas. Parecía que me limpiaba todo. Cuando amaneció, era otro mundo, todas las cosas que pensaba, estudio, dinero, esto y aquello, ya no había en mí, Dios me quitó. Sentí que de las cosas que yo quería, no valían nada en la vida eterna. Sentí que esa era la única esperanza, era la muerte. Ya que, como vivamos o luchemos para este mundo, cuando termina nuestra carne lo dejamos todo en este mundo. Lo importante era prepararnos para el mundo eterno donde está Dios. Esa fue la esperanza que me brotaba.

             

 En la hora del desayuno, le pregunté al Prof. Kadowaki: “¿Qué me pasó a mí?”. Y Prof. Kadowaki me dijo: “Vos tomaste la sangre de Jesucristo” (lágrimas). Me brotaban el amor a la gente, quería abrazar a todos. Un amor profundo que venía de mi vientre. Dios me cambió completamente. Y después, ya no podía dormir sin la Biblia. Quería ir para allá y acá para testimoniar que Dios vive. Así, como una loca por Dios. Cuando eso mi madre decía que yo estaba loca y no quería que me acercara a su casa, pero al final ella asistió a Makuya, y ahora mi papá también.

 Dejando mi Ego

             

 En San Juan, hay una parte que dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.”. Así, podía leer la Biblia y podía sentir a Dios. No podía orar en palabras, solamente en frente de Dios, lloraba, y así por mucho tiempo. Hasta ahora, yo agradezco a Dios, porque me cambió la vida.

             

 Hoy en este Pentecostés también, quiero poder recibir la vida. Tengo todavía un ego muy fuerte, pero quiero poder ir cambiando más y más. Agradezco a Dios. Muchas Gracias.

                                              (Makuya Pentecoste Reunión, 2020)

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