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Iluminada por la luz celestial

Ikuko Kisaichi

(Oberá, Argentina)

Vine aquí con mis padres y mi hermana hace ochenta años. Yo tenía un año y mi hermana tenía cuatro años. Justo antes de la Segunda Guerra Mundial , cuando tenía diez años, juntamente con mi madre regresamos a Japón, dejando a mi padre en Argentina. Después de la guerra, yo trabajaba en la oficina de la municipalidad de la ciudad de Kawasaki. Yo extrañaba el paisaje impresionante y grandioso de América del Sur. Por lo tanto, más tarde volví a Argentina, donde estaba mi padre.

 

Cuando cumplí veinticinco años, me presentó a un hombre japonés de cuarenta y dos años de edad, para que fuera mi esposo. Él se dedicaba como pionero en un asentamiento en Argentina desde que emigró. Cuando nos encontramos por primera vez le dije: "Yo soy petisa, poco atractiva y no tengo nada de qué enorgullecerme". A él le gustó mi sencillez y me aceptó como su esposa.

Mi marido era un hombre muy orgulloso y generoso. Yo estaba muy agradecida de casarme con él porque pensé que era más de lo que me merecía. Nos instalamos en Oberá, en la provincia de Misiones que se encuentra en el noreste de Argentina y limita con Paraguay y Brasil. El bosque salvaje es interminable aquí y el rugido de las Cataratas del Yguazú se puede sentir desde lejos.

 

Encuentro con el evangelizador de Makuya

 

Los inmigrantes japoneses de América del Sur se establecieron en tierras no urbanizadas en una zona remota, donde no había caminos. En primer lugar tuvieron que construir caminos y rancho para vivir. Cortaban árboles y trabajaban en la tierra. Mi marido abrió la selva y cultivaba la yerba mate.

 

Un día, un evangelizador de la iglesia y el Prof. Isao Numata del grupo de Evangelio Original llamado Makuya nos visitó en nuestro hogar durante sus viajes de evangelización. Como mi marido era de Sapporo, Hokkaido (la isla septentrional de Japón), donde el Prof. Numata pasó los primeros años de su evangelización, se familiarizaron rápidamente y disfrutamos charlando con él. Por la noche, el evangelizador de la iglesia pidió una habitación privada para descansar, pero el Prof. Numata sonrió y dijo: "Si me dejas dormir en la esquina del pasillo, eso es suficiente para mí". Sus palabras y su humilde personalidad me dejaron una profunda impresión en mi corazón. En el momento de su partida, dejó algunas copias de "Luz de la Vida" con nosotros.

 

De la tristeza a la alegría

 

Llegué a Makuya después de fallecer mi esposo. Fue una mañana en que él, después de tomar una taza de té, como de costumbre se fue a la Asociación Agrícola. Allí tuvo un ataque al corazón y se cayó. Él no se recuperó más y falleció. Después de perder mi marido, me sentía muy sola y deseaba verlo. Porque yo no podía pensar en otra cosa para llenar mi corazón vacío, pedí prestada la sutra budista de mi amigo y empecé a rezar día y noche.

 

En un momento recibí una copia de "Luz de la Vida" desde Japón que me había enviado el Prof. Numata. Al principio yo no entendía tanto las conferencias de la Biblia, pero los testimonios de diferentes personas me llegaban al corazón. Sus testimonios eran increíbles.

 

Cada mes el Prof. Numata me enviaba la revista, así que le envié una carta de agradecimiento. Poco después, una persona de Makuya de San Pablo (Brasil) me visitó. Él me invitó a asistir a las reuniones de Makuya, pero yo estaba indecisa. Yo sabía, a través de la revista mensual, cuán grande es la fe de Makuya, pero me pregunté a mí misma si yo podría vivir con la fe del evangelio original. Fue entonces que mi difunto marido y el Prof. Numata aparecieron en mi mente y oí una voz que susurraba en mi interior: "Si pierdes esta oportunidad, ¿cuándo será la próxima?". Entonces sin pensarlo le dije: "Por favor, quiero estar en el grupo de fe de ustedes". Dios debe haberme empujado hacia adelante.

 

Una eufórica alegría

 

Asistí por primera vez a una santa convocación de verano de Makuya en Brasil, hace ocho años. En la santa convocación, todos los participantes oraban en voz alta: "¡Padre Celestial!". A pesar de que estábamos en la misma sala, sentía como si sus voces vinieran de lejos. Quería orar como ellos, pero no me salía la voz. En la última reunión finalmente pude decir en voz alta: "Padre Celestial". En ese momento, una luz deslumbrante brillaba desde el cielo y caía delante de mí como una lluvia. Además, la alegría extraordinaria brotó de mi vientre, y me sentí como si estuviera alzada al cielo. Nunca había sentido tanta alegría hasta entonces y mis lágrimas no dejaban de caer.

 

Aunque recibí alegría en la santa convocación, volviendo a mi casa no tenía a nadie cerca de mí para orar juntos y alentarnos uno a otro. Cada vez que tenía un problema, mi mente quedaba atrapada en eso y se llenaba de preocupaciones. Un día pensé: "Yo debería recurrir a la Biblia". Rápidamente abrí el evangelio de San Lucas y mi Biblia estaba iluminada por la luz. En ese instante el amor de Dios entró en mi corazón. Sorprendida de lo que me había pasado, yo solo agradecía por esta experiencia increíble. Estaba envuelta con la tranquilidad de Dios.

 

Llegué a conocer el amor de Dios por primera vez en mi vida a la edad de setenta y cinco años. Estaba abrumada de alegría, y no podía dejar de compartir esto con mis amigos cercanos. Una vieja amiga mía me decía: "De verdad has cambiado. Estás más animada y positiva. Estás rejuvenecida y tu cara brilla de alegría”. Y comenzó a leer "Luz de la Vida" que yo le enviaba. Ahora tengo compañía para orar, que incluye gente que viene desde muy lejos hasta mi casa en donde, entre cuatro y cinco personas, hacemos reuniones familiares de oración regularmente.

                                                                                                             (2012)

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